Muchos nos sentimos incómodos ante esos santos que se nos presentan desde pequeñitos llenos de virtudes y capaces de hacer reflexiones tan sublimes que se vuelven increíbles. Nosotros tenemos la manera de acercarnos al verdadero Juan Bosco, muchacho normal y muy parecido a sus compañeros de edad y a nosotros en edad parecida.
Él nos dejó escrita una parte de su vida en las “Memorias del Oratorio de San Francisco de Sales, de 1815 a 1855”. Varemos aquí algunos de los hechos narrados por él mismo.
· En 1826 hace la primera comunión y su mamá Margarita le da unos consejos recomendaciones que le hacen escribir: “Recordé los avisos de mi buena madre y procuré ponerlos en práctica y me parece que desde entonces hubo una mejora en mi vida, sobretodo en lo tocante a la obediencia y a la sumisión a los demás, que eran cosas que me costaban mucho, de manera que, cuando alguien me daba alguna orden o me hacía alguna advertencia, yo siempre buscaba disculparme con razones pueriles”
· Recordemos aquel momento de discusión con su medio hermano Antonio, que oponía a que estudiara y le decía:
-Ya he aguantado bastante. Voy a acabar con esa gramática. Yo crecí y me hice fuerte sin necesidad de ver ni un libro.
Dejándome llevar por el disgusto y la rabia, respondí con algo que nunca debí haberle dicho:
-Qué tonterías dices, ¿no te das cuenta de que el burro es todavía más robusto que tú y no ha ido tampoco a la escuela? ¿es que quieres ser como él?
Oír esto y echarse sobre mí fue una sola cosa, de suerte que sólo me libré de la lluvia de golpes y coscorrones, gracias a la agilidad de mis piernas.
· En la escuela de Chieri un día olvida su libro de texto y pretendió engañar al profesor tomando en sus manos otro diverso, gracias a que de memoria estaba repitiendo los renglones que le había señalado el maestro; en ocasiones hacía las tareas a los otros, o se deja copiar y estuvo a punto de ser suspendido por ese motivo.
· En una ocasión en que se puso a defender a su amigo Luis Comollo, escribe: “perdiendo el control de mí mismo, y no usando la razón sino a fuerza”.
· Al final de su tercer año en las Escuelas Públicas de Chieri, tiene una grave crisis vocacional en la que no hay quien le ayude a discernir, y dice: “el sueño de Murialdo estaba siempre fijo en mi mente, es más, se me había repetido otras veces de un modo bastante más claro por lo cual, si quería prestarle fe, debería elegir el estado eclesiástico hacia el que me sentía inclinado. Pero, por una parte, no quería creer en sueños y, por otra, mi modo de vivir, ciertas tendencias de mi corazón y la falta absoluta de las virtudes necesarias para este estado hacían dudosa y bastante difícil mi decisión”.
Y podríamos seguir buscando expresiones y recuerdos parecidos acerca de su afición a las cartas, de sus pérdidas de tiempo, de su afición a las lecturas profanas durante el seminario, de su vanagloria al predicar: “Conservo todavía, y me da pena decirlo, aquellos sermones en los que no veo sino vanagloria y afectación”. Tenemos un testimonio de su gran amigo compañero desde sus tiempos de estudiante y del seminario, el padre Juan Francisco Giaccomelli, que fue también su confesor, quien “recordaba haberlo visto persiguiendo a un muchacho que intentaba escaparse a la hora de entrar a la iglesia”.Estos datos no tratan de denigrar a D.Bosco, sino de hacérnoslo cercano, de verlo de tamaño natural, creciendo y superando sus defectos y errores. Casi siempre que habla de un defecto señala también que trató de corregirlo: “hubo una mejora... dejé las cartas... me aconsejé...”. Tratamos de ver a D.Bosco como alguien a quien podemos imitar. Creo que lo que ayudó a D.Bosco a santificarse, a mejorar, fue el amor a sus muchachos... “por vosotros estudio, por vosotros trabajo, por vosotros estoy dispuesto a dar la vida”. Todos sus dones de naturaleza y gracia los puso a disposición de un único proyecto de vida: “servir a los jóvenes”.
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