jueves, 18 de octubre de 2007

Ceferino Namuncurá

Ceferino era hijo del “Señor de la Pampa”, el grande cacique de los Araucanos (Mapuches) Manuel Namuncurá, derrotado y sometido por el ejército argentino en 1883. Nació en Chimpay el 26 de agosto de 1886 y fue bautizado, dos años más tarde, por el misionero salesiano padre Milanesio, el mismo que había mediado para que se llegara al acuerdo de paz entre Araucanos y ejército argentino, acuerdo que permitió al papá de Ceferino conservar el título de “Gran Cacique” para sí y el territorio de Chimpay para su pueblo.

Cuando Ceferino tenía once años, su padre lo matriculó en la escuela del gobierno en Buenos Aires: quería hacer del hijo el futuro defensor de los Araucanos. Pero Ceferino se encontró incómodo, y el padre lo pasó al colegio salesiano Pío IX. Aquí inició la aventura de la gracia, que transformaría un corazón no iluminado aún por la fe en un testimonio heroico de vida cristiana. Demostró enseguida mucho interés para el estudio, se enamoró de las prácticas de piedad, se apasionó por el catecismo y se hizo simpático a todos, compañeros y superiores. Dos hechos lo lanzaron hacia las cumbres más altas: la lectura de la vida de Domingo Savio, de quien se volvió ardiente imitador, y la Primera Comunión, en la cual estipuló un pacto de absoluta fidelidad a su grande amigo Jesús. Desde entonces este muchacho, que hallaba difícil “ponerse en fila” y “obedecer al repique de la campana”, se volvió un modelo. Un día –Ceferino ya era aspirante salesiano en Viedma– Francisco De Salvo, viéndolo llegar como un rayo montado a caballo, le gritó: “Ceferino, ¿qué te gusta más?”. Esperaba una respuesta que se refiriera a equitación, arte en que los Araucanos eran maestros. Pero el muchacho, conteniendo el caballo: “Ser sacerdote”, contestó, y siguió la carrera. Fue cabalmente en estos años de crecimiento interior cuando su enfermó de tuberculosis. Lo volvieron a su clima nativo, pero no bastó. Monseñor Cagliero pensó entonces que en Italia habría encontrado mejores atenciones médicas. Su presencia no pasó desapercibida en el país: los periódicos hablaron con admiración del Príncipe de las Pampas. Don Rúa lo sentó a la mesa con el Consejo General. Pio X lo recibió en audiencia privada, escuchándolo con interés y regalándole una medalla suya ad príncipes. El 28 de marzo de 1905 hubo que asilarlo en el hospital Fatebenefratelli de la Isla Tiberina, donde se apagó el 11 de mayo siguiente, dejando tras sí una huella de bondad, diligencia, pureza y alegría inimitables. Era un fruto maduro de la espiritualidad juvenil salesiana. Sus restos se hallan ahora en el Santuario de Fortín Mercedes, Argentina, y esa tumba suya es meta de peregrinaciones ininterrumpidas, porque grande es la fama de santidad de que él goza entre su gente.

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